Cuando Ulises llegó a Ítaca

¡Saludos Arqueros!
A continuación os ofrecemos el pasaje más ‘Arquero’ de la Odisea, el momento en el que Ulises volvió a su tierra natal tras la guerra de Troya tras veinte largos años. Un poco largo, pero merece la pena.

Gracias por el envío, Concha

ulises

A los tres días, Eumeo condujo, conforme se le había ordenado,
al anciano a la ciudad. Los arrogantes pretendientes se distraían
arrojando discos y dardos frente al palacio; cuando llegó la hora de
la comida, se dirigieron, según su costumbre, al interior. Telémaco
dijo al pastor: “lleva este trozo de pan al forastero y aconséjale que
pida a todos los pretendientes, que no es buena la vergüenza para un
hombre necesitado.” Así lo hizo; Antínoo, el más orgulloso de los
nobles, fue el único que se negó a darle un solo trozo de comida.
Ulises le afeó su comportamiento, aunque sólo logró que aquel le
lanzase una silla a su espalda, sin hacerle caer al suelo.

Telémaco, con gran pena, se calló y este suceso llegó
posteriormente a oídos de Penélope, quien hizo venir al anciano a su
habitación para prteguntarle por Ulises. Le respondió que le
contestaría a la puesta del sol.

No fue éste el único desprecio que Ulises recibió en el palacio.
Iro, un mendigo aceptado por todos habitualmente en el palacio como
parásito, se propuso echarlo; tras insultarlo, Antínoo les incitó a
una pelea entre ambos. Con la ayuda de Atenea, Ulises consiguió
arrojar de la ciudad al mendigo. Cuando los pretendientes se
retiraron, Ulises se acercó a Telémaco y le dijo: “Telémaco, es
preciso llevar adentro las armas y engañar a los pretendientes cuando
las echen de menos y te pregunten por ellas.” Los dos llevaron los
cascos, escudos y lanzas al interior del palacio.

También las esclavas que estaban al servicio de Penélope le
injuriaron. Una de ellas, llamada Melanto, tenía relaciones con los
pretendientes. La presencia de Ulises le importunaba, por lo que le
envió fuera del palacio. Al enterarse Penélope, le reprendió su
actitud e hizo entrara el anciano, su esposo, en su habitación. Este
le relató, falsamente, que era cretense y había ofrecido hospitalidad
a Ulises en su ciudad. Le pidió pruebas de lo que decía; él le detalló
su forma de vestir. Ante la autenticidad de sus datos, Penélope
comenzó a llorar de nuevo, mientras le aseguró que la llegada de su
esposo estaba cercana. Desconfiando de sus palabras, no lo creyó; le
confió, no obstante, sus planes para el futuro: colocaría en línea
recta doce segures con unos anillos para hacer pasar, como solía
Ulises, una flecha por todos ellos. Le confirmó que se casaría con
aquel que manejase mejor su arco, lo armase e hiciera pasar la flecha
por el ojo de las hachas. Ulises le respondió no difiriera por más
tiempo ese certamen, ya que su esposo llegaría antes que ellos y les
vencería.

Al día siguiente, la discreta Penélope se dirigió a los
pretendientes de esta manera: “os propongo un certamen, pretendientes
que solo pensáis en comer y beber; pondré aquí el gran arco de Ulises
y aquel que más fácilmente lo maneje, lo tienda y haga pasar una
flecha por el ojo de las doce segures, ése será el que yo elija por
marido.” Uno tras otro lo fueron intentando, pero nadie conseguía ni
siquiera tensar el arco. Ya sólo faltaban los más fuertes, Eurímaco y
Antínoo, cuando Ulises reveló a su fiel pastor Eumeo su verdadera
personalidad, mostrándole la cicatriz de una herida que le había
inferido un jabalí con sus colmillos en una cacería. El fiel siervo
rompió en llanto y se abrazó a su señor. Ulises le indicó que en su
momento cerrara las puertas del palacio y le pasara su arco, para, con
él, matar a todos los pretendientes. Los dos últimos nobles también
fracasaron en su intento. Ulises pidió permiso para probarlo. Ante la
oposición de los pretendientes, Telémaco se lo permitió, a la vez que
hizo volver a su madre a sus habitaciones, pues sabía lo que iba a
acontecer. Entretanto, Eumeo ordenó a Euriclea, fiel esclava de
Penélope, y a Fitelio, otro de los pastores, que cerrasen las puertas
del palacio. Ulises armó el arco sin esfuerzo alguno, tomó una flecha,
la disparó y la hizo pasar por los doce anillos. Consumó su venganza
matándolos uno a uno.

Rápidamente Euriclea se lo hizo conocer a la prudente Penélope.
Ésta bajó a la sala y le pareció ver a un Ulises rejuvenecido, pero
todavía no estaba convencida de la verdadera personalidad del anciano.

Ulises ungió su cuerpo con aceite y vistió un lujoso manto y una
túnica y para darse a conocer le explicó que la cama estaba hecha de
un pino que él mismo había cortado y adornado con oro, plata y marfil.
Al oír estas palabras, Penélope corrió hacia él derramando lágrimas,
le echó los brazos alrededor del cuello y nunca más se separaron.

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